domingo, 26 de septiembre de 2010

Grito publicitario


Mi balcón se asoma a un amplio panorama de fachadas, azoteas y tejados de Madrid. Sin romanticismo alguno, pero con una magnífica muestra de telones agujereados, permisivos con quien desee inventar sus historias, sus rutinas o sus silencios. Una imprecisión de líneas rectas agrupadas bajo una sencilla etiqueta: ciudad.

La única excepción a su geometría la dibuja la casi coqueta curva de una cúpula gris sobre una torre rojiza. Un rincón con encanto. Pero mutilado, porque justo a su lado aparece otro tipo de excepción: SAMSUNG.

Un letrero perfectamente legible en la distancia, lanzado al aire, sin razón aparente. 

¿Por qué? ¿Por qué tengo que desperezar mis mañanas con ese grito a la retina, a la imaginación recién desplegada?

Las marcas comerciales tienen algo de estridente cuando se insertan así en un sitio cualquiera (que nunca es cualquier sitio). Se extienden en el entorno  con una vocación acaparadora, como un sello que estampara su propiedad sobre el contexto. Como un conjuro que veta las historias inventadas, las rutinas y, sobre todo, el silencio.

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